Nada tiene de extraño comprobar que una mascarada como la de Lanchares hunda sus raíces en la antigüedad clásica. A fin de cuentas se trata de celebrar y afrontar cuestiones básicas sobre el hecho de estar vivos: la madurez, las estaciones, la celebración de la vida e incluso la mismísima muerte. Por eso es lógico que ante cuestiones comunes se den respuestas comunes a través del tiempo y en cualquier lugar.
Pero de la misma manera que las mascaradas son una fiesta pegada a la tierra también son hijas de su tiempo. A fin de cuentas si algo caracteriza a la cultura popular es que aquellos que la asumen la hacen propia y dejan su impronta en ella. Sobre un tronco común va dejando el pueblo sus aportaciones.
Está en la memoria de los hombres y las mujeres de Lanchares. Es ahí donde hay que buscar el testimonio reciente de los Zamarrones. Las fiestas populares, las tradiciones “de pueblo”, son un tesoro esquivo y muy personal pero de un valor enorme. Pasando el testigo apasionado de generación en generación es como se conserva y se recupera la cultura popular.
Nos han contado nuestros mayores como en los años treinta y cuarenta del pasado siglos los mozos, con dieciséis cumplidos, se juntaban el martes de antruido. A diferencia de otras celebraciones similares aquí las mozas, con esa misma edad, se vestían para la ocasión y pandereta en mano también participaban.
Se amontona en la memoria de los testigos las pieles de oveja cubriendo ropajes viejos y rostros que gritan y cantan tras humildes máscaras de cartón hechas en casa. Algunos mozos “gastaban” falda y algunas mozas pantalón. Así la extravagancia se adueñaba de las calles de Lanchares.
Los más pequeños corrían tras los participantes y los mayores esperaban en casa la visita de la comitiva para aportar huevos, chorizo y lo que fuera menester. Una cena posterior haría justicia a los alimentos donados.
La guerra civil y la dictadura no fueron momentos de jolgorio y hubo de bajar la intensidad de la fiesta. Pero las tradiciones, cuando están arraigadas, saben apañárselas para sobrevivir.
Saltamos a los años ochenta y el carnaval es una fiesta totalmente asumida por la sociedad española. Pero el buen observador podía ver que en Lanchares, esta fiesta, viene “equipada” con ciertas particularidades. Ya no hay límite de edad y los disfraces son de lo más variado. Sin embargo, ahí siguen las pieles de oveja, las ropas “de pueblo” y la costumbre de ir de casa en casa para recibir el aguinaldo (que no solo es asunto navideño) y se mantiene la costumbre de rematar la faena con merienda y cena. Así se había hecho siempre y así se seguía haciendo.
Tenéis más información sobre esta fiesta en su web.