Y llega Octubre, y con él la Magosta, tradición y sabor en Cantabria. Te contamos su origen, y cómo sigue viva esta tradición que en nuestra tierra sigue estando muy presente.
En Otoño, en Cantabria, con los vientos bruscos y —nuestro tardíu— arrancan las hojas de los árboles con furiosa armonía, y suelen ser los recolectores naturales de los frutos del majestuoso y corpulento castaño.
Es el ábrego, también conocido como el viento de las castañas, (suroeste). Hay años en que éste no asoma, con lo cual hay que varear el árbol, sacudirle con cierta vehemencia ayudándose normalmente de una vara larga, para que poco a poco vaya cayendo al suelo su sabroso fruto.
En nuestros bosques
Desde críos, los chavales de los pueblos hemos tenido la costumbre de adentrarnos en la naturaleza con el ilusionante objetivo de –atropar castañas-; Cuántas más mejor, solíamos comerlas crudas, y en tanta cantidad que durante las noche nos dolía la barriga, y casi todo el cuerpo después de bajar del castañal; imaginar: carreras, golpes, arañazos, pinchazos, de todo por ser el que más castañas cogía y era capaz de comerse!!
El botín, a veces, se lo entregábamos a nuestras abuelas, que las asaban en la lumbre, al calor de las brasas en una cazuela rara, que ella conservaba para cocinar aquél manjar, y que con un buen vaso de leche servía de cena, pórque aquel día ya no podíamos ingerir nada más, de ahí rendidos a la cama…;)))
Nuestros bosques tienen arboledas con singulares castaños, algunos de ellos tan emblemáticos que tienen nombre propio, y hasta aparecen en la literatura de nuestra tierruca. Desde Liébana, Cabuérniga (Cerca de las antiguas escuelas de Terán se encuentra su famosa castañera, que atesora varios ejemplares centenarios, entre ellos los conocidos popularmente como El Avión y La Olla.) hasta la Cantabria más oriental en el pueblecito de Castillo en Arnuero, o en el corazón en Selaya. Por todo nuestro territorio éste árbol se presenta de forma majestuosa, y varios pueblos de Cantabria deben su nombre al castaño, caso de Castañeda, por ejemplo, o Coo de las Castañas…
Orígenes de la Magosta en Cantabria
La magosta cántabra es una tradición ancestral cuya raíz se pierde en la lejanía de los tiempos. Un rito sencillo donde los protagonistas son el castaño y su fruto: la castaña. Una celebración de carácter social, donde los mozos del pueblo asaban las deliciosas castañas al calor del fuego de una buena lumbre alimentada por la hojarasca desprendida del propio castaño, o con un buen acopio de escajos secos, hierbajos, rozo, leña o carbón.
También se ha relacionado la magosta con la comida funeraria de la noche de Difuntos del 31 de octubre, limitando la cantidad de castañas que se podía comer esa noche al número de almas que se quería liberar del purgatorio. Incluso la superstición de esa jornada nocturna de culto a los difuntos obligaba a dejar una buena ración de castañas para ellos.
En otros lugares de la geografía española se celebra también, Galicia, Sanabria, etc, recibe otros nombres, y parece tener origen celta.
Antiguamente era costumbre que las generaciones de mozos de los pueblos cántabros compraran a escote las castañas para hacer la magosta, añadiendo al festejo popular un buen vino, anisete, bizcochos y hasta pasteles caseros.
En alguna amplía pradería (aquí lo llamamos- prau-) se colocaban unos cuantos troncos cruzados, con hueco para encender bien el fuego, y sobre una capa de helechos trenzada de forma gruesa, se colocaban las castañas a las que previamente se cortaba y se hacía una incisión con una navaja o un cuchillo para que no saltasen o explotasen. Encima de éstas, una nueva capa de rozo con helecho y otra de castañas sobre ella. Y así sucesivamente hasta agotar las castañas, cerrándose la torre formada con más rozo y unas piedras para mantener la presión de la combustión.
En algunos valles cántabros, usaban un pequeño aparato cilíndrico de hierro, llamado «tamboril», para asar las castañas. Ver foto:
El ritual de la magosta se desarrollaba en un ambiente festivo, entre canciones interpretadas al son de la pandereta,pitu, tambor, con grandes risotadas y animados bailes. Nunca había que descuidar el fuego, para evitar que se pudiesen quemar las castañas. . Cuando ya estaban listas para su degustación, había que retirarlas de la lumbre y taparlas para que sudaran.
Luego, más frías, llegaba el ordenado reparto del manjar, primero a los miembros del concejo, luego los más viejos del pueblo, siendo los últimos los mozos, las mozas y los críos. La impaciencia de los glotones hacía que se quemasen las manos.
Al anochecer, y tras atiborrase algunos de castañas, otros ebrios de vino, pero todos felices, iniciaban las mujeres el regreso al hogar y los hombres a la taberna. Sin embargo, ninguno de los presentes en la magosta había olvidado cumplir con la última creencia mágica: enterrar la bruja…
Enterrar a la bruja finalizando la Magosta
En la fiesta de la magosta cántabra, la superstición popular era que la bruja estaba representada por una castaña, y se elegía la más ruin de todas las asadas, ya que ésa simbolizaba a la bruja, enterrándose a palos después de celebrada la magosta bajo las candentes cenizas de la hoguera todavía humeante, con el propósito de evitar terribles maleficios. No obstante, el temor a la bruja hacía que algunos enterraran una castaña de las mejores.
La Magosta Ahora
La Magosta en Cantabria sigue celebrándose en la actualidad, de formas diferentes, pero continuamos rindiendo culto a este fruto. Muchos pueblos del Valle de Buelna, Somahoz, Barros, San Mateo, Los Corrales de Buelna, Coo y San Felices de Buelna han unido fuerzas actualmente, organizando un calendario común de magostas populares durante los meses de octubre y noviembre. En Polanco, tambíen se celebra esta tradición, y en muchos colegios de Cantabria dejan espacio en sus actividades escolares para celebrar al aire libre su particular Magosta.
Por motivos económicos el castaño, fue muy apreciado en nuestra región, tanto por su madera, utilizada para tallar muebles, por ebanístas y carpinteros, realizando obras de gran valor, caso de antiguas arcas, o -huchas o juchas montañesas-, cómo por la importancia de sus usos alimentarios, la borona —pan de maíz—, se cocía envuelta en hojas de castaño en el rescoldo del llar. O las carboneras, en los montes de dónde se extraía el carbón vegetal.
Siempre presente, de una forma u otra, sabe a Otoño
José Mª de Pereda en su novela, -El sabor de la tierruca- de 1882 describe una magosta en Cumbrales (Polanco) donde los jóvenes lugareños hacían acopio de castañas en la frondosa castañera junto a la mies y tras hacer una hoguera, ponían a asar las castañas que entre risas y tiznes iban comiendo a la vez que danzaban alrededor de la hoguera.
Por todo lo anterior, seguimos rememorando este ancestral rito, y cuando llegan los meses fríos, nos fundimos con el aroma a castañas asadas. Es tradición en los meses otoñales ver en las calles de nuestras ciudades unas máquinas de tren antiguas, apostadas estratégicamente para que el aroma se diluya en aire y se te atoje disfrutar de un cucurucho de castañas asadas y calentitas, que abriguen tus manos, en las tardes ya frescas y otoñales, disfrutando de su sabor, desde niños…y siendo conscientes de que llegado el Otoño. Disfrutar mucho!!